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Fray Juan y el reloj orgánico

A capacity to experience many different flavours of unhappiness, and short-lived joys, too, was adaptative in the ancestral environment. Anger, fear, sadness, anxiety and other core of emotions played a distinctive information-theoretic role, enhancing the reproductive success of our forebears. Thus at least a partial explanation of endemic human misery today lies in ancient selection pressure and the state of the unreconstructed vertebrate genome: H. S. Dahls, M.D., University of McGills, Canada

La religión esotérica no se basa en creencias o los deseos, sino en una experiencia directa, válida y verificada públicamente por un grupo de iguales que también ha llevado a cabo el mismo experimento. Ese experimento es la meditación: Ken Wilber, Ph.D.

Rincón por rincón, litoral por litoral, en Santa Cruz de Tenerife y, en particular, en Garachica, se decretó la búsqueda de dos monjes fugitivos. Uno es Fray Juan, libertino, aún joven, nomás de 25 por el cálculo público; huye con él, una monja con edad pollancona. Se han besado sus bocas, con apetito de tusas, concupiscentemente, delante de gentíos. Una lección, eróticamente incorrecta, para quien valora que el cuerpo es un objeto físico, externo y corruptible que, por el deseo y el acecho irrestricto del instinto, naufraga en el pecado.

«No han debido comerse a besos ni por juego si es que de veras son hombres de Dios», rumoró el poblado.

«Dios no pone un alma en el cuerpo si somos lodo y corruptibilidad únicamente», corrije él.

Alma que Dios liga al cuerpo tiene un relojito y el reloj será divino en él: hecho que siempre instruye el Monje al aludir al Reloj Orgánico, receptor del aroma del cerato y las tamarillas.

«No hay tal reloj», porfiaron.

Ambos son blasfemos, según la Inquisición y sus tronzudos encapuchados.

«El vagabundo dijo que el Pecado Original no existe. Que fue en la Plaza ante una Iglesia del Siglo XI», había sido la primera queja. Un Obispo escuchó a Fray Villalpando cuando igualara el pecado con alguna ficción mecanicista ya que, con el terminajo se construye la existencia de unas culpas insufribles, atormentadoras, para el género humano por la vía de las generaciones. Sexual y emotivamente. Pero el pecado no es una enfermedad; no es necesariamente físico. Es un estado inducido por muñidores de miedo.

La miseria de hoy es la admisión milenaria de ese fatalismo, mecanismo torturante que ofende a la Justicia de Dios. El miedo eterno.

Dios no es un lobo. Dios es, más bien, un cordero.

Garachica es el pueblo del monje dizque sabio. Desde hace meses, lo menosprecian por la escena del beso prolongado. Dizque que él se levantó jarioso. Santo de pajares será si no controla sus instintos; incentivos a sus motivaciones terrenales y pecados blasfemos. A la mozuela Catalina de Jesús, ya la tiene preñada. Su padre, un mercader, viudo y fornicario, la mandó al convento y echaba lumbres cuando supo que se fue del Convento. «Que el Tribunal de la Inquisición los aprehenda; o lo hago yo. Mataré a ambos porque mi honra está por los suelos». Un letrero desencadenó la ira persecutoria: Se busca a: Un autoproclamado relojero de Dios, relojero de almas, dizque sabio y a una niña, zoquetona del zoquetero, aprendiz de sus doctrinas.

Ella dejó una casa rica. Es hija única de un mercader de ollas, con palancas en palacio. Se alega que, por vagabundo, su marido adquirió sus talentos impredecibles. Puede hacer actos de faquirismo y fascinar las cobras que tan quietas parecen en un cesto de paja. Invoca ciertas fórmulas, cura. Da explicaciones extrañas. Acaricia a niños y ancianos. Está lleno de opiniones y parece franco o desvergonzado con lengua vipirina porque a muchos sacerdotes de toda España, de Tenerife a las Baleares, de Catalunya al Camino de Santiago, los encona. Es un provocador. Hay pues quien lo sigue y lo proteje; pero otros, más conservadores y austeros, lo acusan de «abuso de confianza, escandalizar y predicar con hechizos elaborados con sustancias espiritosas, cuya fórmula es enviada directamente por el mismísimo Satán el Diablo».

Sea como sea, Juan Villalpando, que es su verdadero nombre, no roba a nadie. No cobra. Sólo que, en Santa Cruz, se dice: No es lo mismo predicar que dar trigo y la Inquisición quiere desollarlo vivo, porque él ha dicho que, como institución, son los inquisidores quienes estorban al que da lo mejor de sí mismo (al menos, trato afectuoso, compasivo, dicha contagiosa, alegría de vivir) y Juan, relojero de Dios, devela un secreto que aprendió por la vía de la meditacion. O el éxtasis.

Predica a las rositas silvestres, cuyas vidas se marchitan en apocamiento y apatía. A las personas les llama florecitas, o escaramujos, agua de rocas o sauces llorosos.

Cada criatura humana tiene un reloj interno, obsequio divino para que los ciclos de vigilia y de sueño sean compensados con los beneficios de la serenidad y el hedonismo verdaderos. Según los doctos / chotas que anotan lo que este presunto milagrero dice en las calles y tertulias callejeras (para acusarlo luego), en el Templo del Espíritu, hay todo un sistema de dopamina mesolímbica, cuyo función primaria es codificar el placer y los incentivos para actuar con el gozo de Dios. La dopamina mesolímbica promueve un sentido de urgencia, conciencia de conflicto y motivación a niveles químicos que, a fin de cuentas, darán alivio y compensación al estado de ánimo. No es una euforia recreativoide y pagana, o autoafirmación egoica y maníaca.

Es un estado de quietismo. Otros lo han llamado éxtasis.

A veces lo que dijo fue malinterpretado: Que Dios mismo lo bautizó con orines para luego rebautizarlo con flores y su Santa Compañera, la vírgen que se come, bautizándolo con sexo, aguas vaginales que provee en el sacerdocio de Malkut.

Un día, de paso por la India (así lo cuenta Fray Villalpando) un tigre se abrió paso por mi ruta, en las selvas de Bengala, y sudé con el susto la sustancia que me puso en alerta. (Seguramente, ya maneja la noción de adrenalina, también llamada, siglos después, la epinefrina). El sudor me dio la sensación de calor; mas unos segundos más y mi calor se convirtió en frío intenso, con el olor a orín... Me había meado del susto; pero, poco a poco, mi presión arterial aumentó, había calor en mis venas, color en mi semblante y mi memoria me llevó a la escena consoladora de un santo, lanzado al foso de leones hambrientos, y me sentí muy capaz de repetir la hazaña de José, con los tigres de Bengala ya amansados a mi lado. Donde se encharcó el orín, a flor de tierra, nacieron unas flores de tamarilla, color rosado. Del árbol que saltó el tigre, semi-oculto en el ramaje, ví el asomo de un ramito de Estrella de Belén y otro de mostaza silvestre, como si con ese mensaje se me hablara sobre la fe y el Arbol de la Vida.

Y ví que el tigre mascaba las flores de tamarilla, sin tragarlas. Se tendió a mi lado, escondía sus garras y pezuñas. Además lamía mis pies, todavía orinados. Ya no tenía miedo de que me hiciera daño; sino que mi memoria se llenó de ricos pensamientos, registré detalles en apariencia ocultos y nimios para el conocimiento. Mi claridad mental fue tal que ninguna cosa me pasaba desapercibida; ya no sudaba en frío; sino que una calidez se apoderó de mí. Me sentí en control y, según caminaba, todo mi camino lo siguió el animal, quien buscaba el olor de mis semillas varoniles y de los orines expedidos, porque ya no olía yo a miedo, sino a flores de tamarilla y ceratostigma. Olía a Dios en rescate, a Dios codificándome su multiforme sabiduría.

En los días en que conocí a mi hermosa compañera, Catalina, acabé de entender la revelación.

De regreso a Hispania, entré al primer Convento que hallé. Quise que se me bendijera con una que otra obra de caridad, sea alimento o el nuevo hábito de tela... Estuve menesteroso. Entonces fue ella, novicia en la vida de Dios, quien me condujo al baño. Observó que mi raído hábito olía a flores de tamarillas y ceratos. Supongo que, o su olfato era muy fino. No me ofendía al acusar la soberana meada que me dí en las ropas por un causa del tigraso.

Mas insistió: «Huele a bendiciones».

«¿Sabe, rosita silvestre? Si algo oliese intenso y ofensivo en mí, ¿no sería más prudente que me dijera, si es o no el meado?».

Varón sin complejos, dichoso en la miseria de la vida frailuna y caminante, Fray Juan iba justo al grano.

«Huele divino», insistió ella. Vuelve la burra al trigo.

Le explicaría el por qué.

Este secreto es marivilloso e interpersonal. La monja fue confirmadora. Hay un latido que surje del corazón santo. Es más audible que los tañidos del Campanario; pero, sonoramente, un pulsillo no metálico. Late en la carne; cardíacamente, filtra la sangre. Es químico-ontológico.

Acuñaría el término: «Es el reloj de Dios en la bestia».

«Me gusta como suena su corazón, Fray Juan».

Como Fray Villalpando se quedó varios días en el Convento, las monjas escucharon sus razones sobre el «éxtasis profundo que había experimentado durante una meditación durante la cual acechó un enorme peligro».

Contó cómo el animal le siguió, protegiéndole por las selvas y las cercanías de poblados para que no fuese asaltado por ladrones u otras bestias, en particular, las serpentinas y nocturnas.

«¡Santo Dios», clamaron las monjas.

Catalina de Jesús, ¡ay pícara bellaca! pidió sus detalles y pormenores sobre el apareamiento de tigre con la hembra que se aproximó y dio una tercera compañía. Estuvo en celo y jugó plácida y preambularmente.

El adepto a la herbolaria, ese vagabundo había recogido aquellas flores asociadas a su éxtasis, flores de la Estrella de Belén, tamarillas y ceratostigmas. Leyó de alfabetos genómicos y de actos sexuales en Espíritu. Lo informó a las monjas, salpicándolo de convicción y agudas observaciones, sin quitar emoción y drama. A Catalina de Jesús la tenía encantada. Y aún no ofendía a las mujeres del Convento porque, muy sabiamente (y les convenció de esta doctrina) asoció a la naturaleza de la mente humana, también una predisposición genético-espiritual al Bien, a la yoidad benevolente, y parangonaría, la salud al bien comido, el bienestar y la paz, que son la retoma dopamínica o la estimulación de centros de placer. «Y de ingeniería del Espíritu, diré que es la Estrella de Belén (el hipotálamo), hermanas mías».

La experiencia en el tálamo, con el erotismo de la bestia, hizo que se le hincharan los cojones de excitación al joven vagabundo. Sintió una empatía por la pareja felina que se amaba y pensaba que sería muy conveniente que él hallara él una mujer que le quitara el celibato y el compromiso casto, porque ha crecido mucha semilla lícua en su fardo de escrotos. Es la testosterona la responsable de esta producción y es mejor casarse / darse a otro que «estarse quemando» en las urgencias de su propia esperma y gametogamias.

Y para sublimar ese encuentro del Tigre con Cerato y la tigresa eufórica, él se serotonizaba, con hormonas sedantes y antidepresivas, y Catalina, oxitocinándose, hizo lo mismo que él, acalorarse. Mas ella se halló con el cuello uterino distendido e intravulvarmente humedecida. El monjecillo, por bellaquería, no dejaba de pensar en las afectividades de un tigre con su hembra; le circulaba la esperma por los güevos. «Y ésto es como volver a mearse».

En fin, en el concierto de multitudes, con deberes éticos, se contuvo por cuanto «no se hará en el monte, lo que no es costumbre que se haga en público y ante otros entes que son sagrados».

«Juan, antes que nos contara en la cena en el Convento sobre cómo se apareó la pareja de felinos en su presencia y cómo quedaron exhaustos y jadeantes por la energía que se entregan durante el acto, lo supe. Es el olor de selva que tiene usted, sin saberlo; es el ruido de su corazón que jadea con el gozo que el reloj de Dios imparte, a cada cual según su pasión y sus semillas».

«Para llevar este mensaje a los pueblos de la Hispania, aún a tierras del Islam, me agradaría llevarte, porque el Reloj de Dios me levanta temprano y la cruz de mi Pene debe ser atenuada por labios de mujer y, desde que te ví, me atraes y quiero bautizarme en tus aguas vaginales y mascar tamarillas sobre tus senos para que la experiencia del tálamo sea nuestra bendición hasta el fin de nuestros días».

«Acepto, hermano mío. Váyamonos mañana y que sea por tí que se me conozca. Te amo».

Y, los dos quietistas, cuya única penitencia fue amarse, enseñaban sobre la aniquilación del pecado por el olvido de sus culpas inexistentes.

Aún así, fueron llevados a la hoguera.

Varios siglos después Inocencio XII condenó la aparición de alusiones a lo que enseñara el monje de Garachica y el garañoso amor con que se engarañaba.

3-9-1991, UCI.

Cuento #30 / Fray Juan y el reloj orgánico / del libro Leyendas históricas y cuentos coloraos

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